I.
Para Carl Solomon (que somos todos)
Yo vi las mejores mentes de mi generación destruidas ante una computadora, sufriendo escalofríos, anorexia, histéricas, desnudas.
Drogándose en calles blancas, evitando ser tocadas por la aurora, buscando furiosamente el último gramo de Prozac.
Derrotados con cabezas de televisor ardiendo por la moderna desconexión “paradisíaca”, con el dínamo reconstruido en la maquinaria de la noche.
Quienes riqueza y trajes Armani y mandíbulas incesantes y dislocadas se sentaron fumando en la luminosidad sobrenatural de habitaciones de hoteles de cinco estrellas flotantes sobre la cúspide de las ciudades contemplando torres fantasma.
Quienes cerraron sus cerebros al Cielo bajo el signo del dinero y vieron ángeles mahometanos iraquíes iracundos escenificando sobre tejados de viviendas iluminadas bombardeadas.
Quienes pasaron por universidades con tabiques nasales pulverizados adorando el internet y la comida lite.
Quienes fueron aceptados en las academias por ser políticamente correctos y por publicar odas obscenas contra la Rusia destruida por taparle las ventanas al cráneo.
Quienes se deslizaron en cuartos con el control remoto en la mano y, en calzoncillos, se masturbaron con el mercado en cestos de basura y escucharon el terrorismo tras la pared.
Quienes se rehusaron a viajar por carretera, a tomar el sol y a ingerir drogas orgánicas.
Quienes comieron manjares y luego los vomitaron, tomaron agua y también la vomitaron, condenados, llevaron sus torsos bulímicos anónimos noche tras noche.
Sin sueños, con drogas, con pesadillas en vigilia, alcohol y androginia como estigma que se extiende a los límites de la libre competencia.
Cales tenebrosas tumultuosas, tradicionalmente modernas, identificables, sin nubes vibrando ni relámpagos en la mente, brincando más allá del ciberespacio.
Quienes ya no hablan con nadie, intelectos enteros arrojados plagados de lugares comunes y risas fingidas, charlando, susurrando, gritando, vomitando hechos y recuerdos, anécdotas.
Quienes ya no estudian a Plotino, San Juan de la Cruz, Poe, telepatía, kábala, bop porque entre sus manos vibró incesantemente el llamado de un teléfono.
Quienes se ríen asumiendo que la filosofía es nombres y apellidos, slogans. Hegel en tres líneas y afirman que una mano lava a la otra.
Quienes solitarios atravesaron las calles de todos lados buscando sordomudos que no pudieran responderles y ni eso encontraron.
Quienes pensaron, permitieron que sólo estuvieran locos cuando la ciudad resplandeció en éxtasis y special K ante el sonido de un DJ.
Quienes corretearon nuevas experiencias para evitar la soledad en algún punto del mundo buscando rock o sexo o sopa y siguieron ignorando a la periferia y a la Eternidad, ambas empresas sin esperanza.
Quienes se quemaron los brazos con cigarrillos no como protesta contra el ofuscamiento narcotizante del capitalismo y la globalización.
Quienes distribuyeron panfletos Súper Consumistas en Union Square gimiendo y desvistiéndose mientras las sirenas de Los Álamos celebran sus caídas, festejos bajo el Muro de Wall Street.
Quienes creyeron en la utopía del siglo de las luces, se bebieron a Kant sin entenderlo, se intoxicaron de existencialismo girando sobre su propio eje.
Quienes hicieron del arte algo vacío, se avergonzaron de ello e inventaron que éste era un lenguaje complicado.
Quienes hicieron del método científico una religión y se lanzaron por el mundo a predicar.
Quienes confiaron que con tres dólares de droga iban a cambiar las cosas y fueron sorprendidos por la vejez.
Quienes cambiaron de cara, de senos, de sexo tantas veces como el dinero puede pagar.
Quienes quisieron ir más allá de todo y ahora no están en ningún lado, y tampoco les importa.
II.
P.D. Carl Solomon no estoy contigo en Rockland donde tú estás más loco que yo.
¡No estoy contigo!
¡No estoy contigo!
¡No estoy contigo!
¡No estoy contigo en ningún lugar!
¡Estás solo!¡Estamos solos!
Estoy sola.
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