domingo, 2 de mayo de 2010

En qué creer entonces?

Nos cuesta trabajo entendernos. Buscamos palabras y tal vez buscamos también oídos. ¿Qué somos, entonces?...

A costa de dolores que nos han vuelto fríos y duros, hemos adquirido la convicción de que los acontecimientos de este mundo no tienen nada de divinos, ya ni siquiera nada de racionales, nada de justos y compasivos. Sabemos que en el mundo en que vivimos, quizá ya no existe un Dios que se levante contra la impunidad del homicidio de una infante que no tenía nociones de la maldad y de quien su muerte "se convirtió en una prueba más de la improvisación, la ligereza, y la torpeza de las instituciones encargadas de procurar justicia en el país" según la revista Proceso.

Terminaremos convencidos de que sólo existe un Dios que es inmoral e inhumano, aunque por mucho tiempo le hemos dado una interpretación falsa y engañosa acomodada a nuestros deseos y nuestra voluntad de veneración, es decir, a una necesidad, pues el hombre es un animal que venera.

Nos libramos bien de decir que el mundo tiene menos valor al presente que nos pareciera hasta ridículo que el hombre pretenda inventar valores. Esa desconfianza implacable, honda, radical, se apodera cada día más de nosotros; nos tiene peligrosamente sujetos y podría llegar a poner a las generaciones futuras en esta terrible alternativa: Suprimamos lo que veneramos o suprimamonos a nostros mismos.

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