El hombre del siglo, en tiempos medievales, solía ser un hombre comprometido por voluntad o sometimiento. A las rigideces de una sociedad con estamentos difícilmente permeables, se contrapone una vivencia espiritual mucho más profunda que hoy sería irreconocible. Su semilla serán viejos conocimientos y cosmovisiones de lo trascendental, que permanecían latentes en el subconsciente de aquella sociedad, y que los frecuentes contactos realizados a través de las cruzadas dirigidas a Tierra Santa permitieron renacer.
Apariencias, ésta sería la palabra que definiría los motivos por los que la oscuridad no puede dejarse deslumbrar.
"No os fijéis en mi tez oscura,
es el sol el que me oscureció.
Enfadados contra mí, los hijos de mi madre
me hicieron guardiana de las viñas;
pero ni la mía propia supe guardar."
Cantar de los Cantares I,6.
Preludio que las monjas de la abadía occitana de Fontevrault no cesaban de interpretar al tiempo que los nobles trovadores incluían sus alusiones en rimas corteses y enamoradas.
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