jueves, 18 de marzo de 2010

Indivisa Manent

El fracaso, la desgracia, la pobreza, el dolor, la desesperación, el sufrimiento e incluso las lágrimas, tus palabras que salen de mis labios entrecortados y enfermos, el remordimiento que siembra de espinas mi senda, la conciencia que condena, la miseria que se cubre la cabeza de ceniza, las angustias de mi alma que se visten con toscos lienzos y mezclan hiel en mi bebida, y la humillación voluntaria que castiga: todas estas cosas me hacen retroceder horrorizada. Y como había decidido no saber nada de ellas, hube de probarlas todas; de alimentarme con ellas y renunciar a toda otra comida, pero no lamento ni un momento haber vivido para tí, viví para tí intensamente, cual debe hacerse todo lo que se hace.

No hubo ninguna copa de tus penas de la que yo no bebiese. Descendí, al son de la flauta, la senda florida y me alimenté del arte de tu jardín. Pero continuar con esa vida hubiera sido una equivocación: mi vida habría quedado incompleta, y era preciso seguir avanzando.

Como es natural, todo esto se haya encarnado en mi arte y me proyecta hacia el exterior. Y no podía ser de otro modo. En cada momento aislado de la existencia uno es aquello que será, no menos que aquello que ya ha sido. El arte es un símbolo, como también lo es el hombre.

Pensar, para juzgarte, en el más pequeño de mis sufrimientos, en la más íntima de mis pérdidas, me parece algo injusto, pero tu silencio castiga mi razón y no necesito saber más de ese imperio de indiferencia e insensibilidad.

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