El pecado era mío; yo no lo entendía,
ahora en mi cueva yace la melodía,
a salvo, donde en vano agita el viento
las inquietas y escasas neblinas.
Y en el hueco marchito de esta tierra
los recuerdos han cavado tan profundo su tumba,
que apenas los sauces pueden desear
un dorado capullo en manos del invierno.
Pero, ¿Quién es aquella que viene por la vereda?
(No, Amor, mira hacia allí y maravíllate).
¿Quién es ella que llega con prendas
inglesas salpicadas de vino tinto?
Es tu nueva reverenciada,
y habrá de besar
las encadenadas rosas de tus labios,
mientras yo te adoraré en mi llanto,
como lo hice antes.
Pensaré, lo sé, en los días en que
tus ojos emitían lágrimas
que humedecían mis manos.
En los días en que tus palabras
estremecían mi corazón
dejándome sin aliento.
Pero ahora he encontrado mi hogar,
mi refugio, mi Socavón de Morán,
donde no permitiré que escuches
mis lamentaciones,
mis desolaciones,
mis aflicciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario