sábado, 31 de julio de 2010

Últimas palabras dedicadas a mi mentor:

Tú has sido mi enemigo, un enemigo que ninguna mujer ha tenido jamás.

Yo te ofrendé mi vida, y tú la desafortunaste para satisfacer las más bajas y despreciables de las pasiones humanas: el oído, la vanidad y los apetitos. En tan poco tiempo destruiste, en mí, todo respeto. Ya no me quedaba otra cosa que hacer sino amarte.

Yo sabía que, si me permitía odiarte en medio del páramo de la vida, el cual debía atravesar, y sigo atravesando, todos los manantiales aparecerían envenenados.

¿Ya vas comprendiendo un poco?

¿Esta por fin despierta tu imaginación del letargo mortal en que ha estado sumida?

Tú más que nadie, sabe lo que es el oido. ¿Empiezas a vislumbrar lo que es el amor y su esencia?. Todavía no es tarde para que lo aprendas, aunque a mí el enseñártelo me haya costado el sufrimiento.

Después de mi terrible condena, con el traje de dolor ya puesto, y una vez que se hubieron cerrado detrás de mi las puertas de este calabozo, me vi debajo de las ruinas de mi espléndida vida, muerta de miedo, confundida por el terror, anonadada por el sufrimiento. Pero no quería odiarte. Todos los días me decía: "He de conservar el amor hoy en mi corazón: pero, ¿cómo podré soportar el día?". Recordaba que, al menos intencionalmente, no habías obrado mal conmigo; me esforzaba en pensar que el azar era quien había disparado el arco, para que la flecha, pasando por entre las juntas de la coraza, atravesase a un rey de parte a parte.

Pensar, para juzgarte, en el más pequeño de mis sufrimientos, en la más íntima de mis pérdidas, me parecía algo injusto. Y decidí considerarte como un mártir. Me esforzaba en creer que acabaría por caerse la venda que te había cegado durante tanto tiempo y que por fin meditarías lo que alguna vez me enseñaste:

"Quien el cristal del corazón del poeta rompe,
dejando éste al descubierto ante las torpes miradas,
es para mí una carencia de sensibilidad en el arte"

No hay comentarios: